miércoles, 25 de febrero de 2009

Virginia Woolf: Diario de una escritora.

Por: Lina A. Gaitán

Colectivo Cinematria

Virginia Woolf vivió en Inglaterra durante las dos guerras mundiales. La primera fue una noticia ajena, la segunda fue una realidad imposible de contener y entender. Fue esta segunda experiencia la que puso a prueba su espíritu crítico y socialista; en ella vio como la belleza que habita el mundo fue sorprendida, abatida y destruida por la voluntad imponente e irracional de los tiranos. Vio como su estudio, su habitación propia, quedó en ruinas, su calle hecha pedazos, también la imprenta que forjó con su esposo Leonard Woolf y se había convertido en epicentro de una rica actividad intelectual que más tarde haría parte de la historia de Inglaterra. Había voces, voces desde el centro de su cabeza, voces que se agolpaban pidiéndole que se suicidara. Y así lo hizo, no en obediencia a voces extrañas sino en un acto moral de comprensión de la vida misma. Como una declaración, una autodeterminación en contra de la irracionalidad, de la imposibilidad de escribir.

Virginia Woolf nació a finales del siglo XIX, una época de cambios. Creció en una familia de clase media, hija de Sir Leslie Stephen y Julia Jackson. El primero un historiador e intelectual ingles, la segunda, "el Ángel del hogar". Sobre esta figura haría Virginia su reflexión al ser invitada en enero de 1931, a sus 49 años, para hablar frente a un grupo de mujeres profesionales de su experiencia como escritora. Allí hablaría de sus intentos de matar el ángel de la casa. Este ideal angelical con el cual en la época victoriana se cargaba a un objeto de la casa para que la protegiese, era también la connotación que se tenía de la madre. Igual que el objeto, su valor moral estaba íntimamente ligado a su valor funcional, a su eficacia en el mantenimiento del orden del hogar. El ángel, sostenía Virginia, “era intensamente amable. Era intensamente encantador. Era completamente generoso. Se destacaba en las difíciles artes de la vida familiar. Se sacrificaba a diario. Si había pollo, se quedaba con la pata; si había una corriente de aire, se sentaba en ese lugar; en suma, nunca tenía una opinión o un deseo propio, sino que prefería estar de acuerdo con las opiniones y deseos de los otros. Por sobre todo -¿es necesario que lo aclare?- era puro”. Esa era la mujer virtuosa victoriana, la mujer que al morir dejo a Sir Leslie Stephen sumido en una profunda depresión e inseguridad que le dio un tono pedante y tirano que Virginia reconocía sin aprecio. Un tono que les exigía a su hermana Vanessa y a ella que ocupasen este puesto, pues la casa no podía quedar desprotegida. Ese malhumorado y cruel personaje no advirtió el dolor de Virginia, a quién su hermanastro George abusó frustrando su cuerpo, un cuerpo que más tarde sería el contenedor de toda su independencia, intocable incluso para quien amaría hasta el final de sus días, su querido Leonard.

Virginia Woolf creció y murió en Inglaterra, allí se casó con un muchacho de talante fuerte a quien reconocería, en su última carta, la extraordinaria paciencia y amor incondicional. En su habitación propia, que forjó con voluntad y un golpe de suerte (al morir, una tía le dejó una pensión anual por el resto de su vida) escribió sus novelas, estas hicieron parte de la exégesis de sus demonios, de la emancipación constante de su espíritu sobre su enfermedad mental, de su dolor sobre la desesperación; también hicieron parte de la literatura inglesa, del feminismo occidental, del acervo intelectual de la cultura europea. En las preocupaciones de Virginia, en sus exhaustivas búsquedas internas estaba el presagio de una revolución donde las mujeres obtendrían el derecho a no perecer, a no convertirse en brujas ni locas por ser individuos dotados con intereses literarios, con intereses intelectuales, con afán de conocer el mundo. A esta Virginia, dedicamos nuestro ciclo Mujeres y Palabras. A esta mujer le dedicamos nuestro afán de conocer el mundo, de discutirlo entre mujeres y de manifestarlo. A Virginia le agradecemos las palabras emancipadoras, las palabras que nos compelen a buscar nuestro propio espacio, nuestra propia palabra.

Videoclip "Diario de una escitora. Fragmento" Montaje: Lina A. Gaitán Vozz en off: Diana L. López 54 seg. Cinematria Cali-Colombia

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy buen texto e informacion sobre Virginia Woolf, gracias por todo su trabajo ya que lo hacen por nosotr@s...Muchos Animos y sigan con Fuerza.

Alejandra dijo...

Hola amig@s!
queria saludarlas e invitarlas al 1er Festival de Realizadoras Audiovisuales Mujeres: "hechoXmujeres" lo estamos organizando en la ciudad de Rosario para el 26y27 de noviembre de 2009, tenemos el auspicio del Area Mujer de la municipalidad de Rosario y siq ueiren participar, la info de las bases está en¨: http://festivalhechoxmujeres.blogspot.com gracias! las esperamos!-Alejandra-Lorena

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