miércoles, 25 de febrero de 2009
Jueves 19 de marzo
Por: Luz Elena Monart
Basado en hechos reales, el filme narra la historia de Adela H., hija del escritor francés Víctor Hugo. La película transcurre en Halifax, un puerto de Nueva Escocia —Canadá—, durante la guerra civil en el siglo XIX. Adela encarna el ideal del romanticismo con la estabilidad de sus ideales, en una época en la que la modernidad construye un “nuevo mundo”; es una mujer enamorada del amor, por ello no es un hombre lo que ella busca, es una ilusión, la materialización de sus anhelos, en la fantasía y el deseo del matrimonio, de todo lo que social y culturalmente ha sido el lugar asignado a la mujer. Enloquecida, pues, por el deseo, está dispuesta a dejarlo todo , renunciando incluso a sí misma ,para ir en busca de su amante.
Motivada por este amor y haciendo acopio de su gran capital cultural, su alma atormentada la lleva a la escritura y encuentra en ella un espacio de libertad, de fantasía, el único lugar donde sus sueños encuentran el hilo de lo posible, en el relato, en la relación epistolar, en la utilización de la palabra escrita en los medios —para manipular la “verdad”—, en su diario... allí donde se abre pero a la vez también se cierra la puerta a la realidad y se instala en la soledad de sus palabras.
La escritura y la palabra
La escritura es un espacio que brinda alternativas y opciones para muchas mujeres, pero no siempre sus autoras han tenido una vida reflejo de sus pensamientos, es el caso de Adela H., hija de este ilustre escritor y poeta, nacida y criada en medio de una rica vida intelectual, rodeada de libros y grandes personalidades, pero para quien el deseo —en este caso el amor— es más fuerte que la razón.
En Adela la palabra sufre la disyunción del ser cuya cognición es negada por la sensibilidad, en su escritura “comprometida” —el momentos con sus congéneres femeninas—, sus palabras pasan por el velo de la razón; pero la vida misma se convierte en una suma de deseos y pasiones incontrolables que la llevan a la locura misma. Y no obstante, es la palabra escrita la que posibilita que su vida perdure, llegue hasta nosotros a través del tiempo. Ahí está su fuerza.
Las otras mujeres
Y contra el imposible masculino, Adela encuentra en las mujeres protección y apoyo, la incondicionalidad del amor materno, los cuidados de ese amor que no sólo le profesa su madre, sino también otras mujeres que ven en ella un alma vulnerable y necesitada de cuidados.
A pesar de su loco deseo por un hombre coqueto y enamoradizo, Adela no ve en las otras mujeres que corteja, rivales ni enemigas; al contrario, ellas son de alguna manera las que pueden cumplir su sueño, sus aliadas, sus cómplices, son ellas las que pueden tener lo que ella no puede. Las otras, sus pares son también bellas y hermosas, ¿por qué no podrían gozar ellas también del amor y el deseo de su amante? Ese amante que ella no posee, que ella no puede tener, se alcanza a través de las otras.
Videoclip "Una anciana francesa, una joven inglesa" Montaje: Lina A. Gaitán Vozz en off: Diana L. López Cinematria Cali-Colombia
Jueves 5 de marzo
Orlando Dirección: Sally Potter Guión: Sally Potter, basada en la novela “Orlando” de Virgina Woolf Fotografía: Alexei Rodionov Intérpretes: Tilda Swinton, Billy Zane, John Wood, Lothaire Bluteau, Charlotte Valandrey, Quentin Crisp. Nacionalidad: Rusia / Francia / Italia Año: 1992 Duración: 93minVirginia Woolf: Diario de una escritora.
Por: Lina A. Gaitán
Colectivo Cinematria
Virginia Woolf vivió en Inglaterra durante las dos guerras mundiales. La primera fue una noticia ajena, la segunda fue una realidad imposible de contener y entender. Fue esta segunda experiencia la que puso a prueba su espíritu crítico y socialista; en ella vio como la belleza que habita el mundo fue sorprendida, abatida y destruida por la voluntad imponente e irracional de los tiranos. Vio como su estudio, su habitación propia, quedó en ruinas, su calle hecha pedazos, también la imprenta que forjó con su esposo Leonard Woolf y se había convertido en epicentro de una rica actividad intelectual que más tarde haría parte de la historia de Inglaterra. Había voces, voces desde el centro de su cabeza, voces que se agolpaban pidiéndole que se suicidara. Y así lo hizo, no en obediencia a voces extrañas sino en un acto moral de comprensión de la vida misma. Como una declaración, una autodeterminación en contra de la irracionalidad, de la imposibilidad de escribir.
Virginia Woolf nació a finales del siglo XIX, una época de cambios. Creció en una familia de clase media, hija de Sir Leslie Stephen y Julia Jackson. El primero un historiador e intelectual ingles, la segunda, "el Ángel del hogar". Sobre esta figura haría Virginia su reflexión al ser invitada en enero de 1931, a sus 49 años, para hablar frente a un grupo de mujeres profesionales de su experiencia como escritora. Allí hablaría de sus intentos de matar el ángel de la casa. Este ideal angelical con el cual en la época victoriana se cargaba a un objeto de la casa para que la protegiese, era también la connotación que se tenía de la madre. Igual que el objeto, su valor moral estaba íntimamente ligado a su valor funcional, a su eficacia en el mantenimiento del orden del hogar. El ángel, sostenía Virginia, “era intensamente amable. Era intensamente encantador. Era completamente generoso. Se destacaba en las difíciles artes de la vida familiar. Se sacrificaba a diario. Si había pollo, se quedaba con la pata; si había una corriente de aire, se sentaba en ese lugar; en suma, nunca tenía una opinión o un deseo propio, sino que prefería estar de acuerdo con las opiniones y deseos de los otros. Por sobre todo -¿es necesario que lo aclare?- era puro”. Esa era la mujer virtuosa victoriana, la mujer que al morir dejo a Sir Leslie Stephen sumido en una profunda depresión e inseguridad que le dio un tono pedante y tirano que Virginia reconocía sin aprecio. Un tono que les exigía a su hermana Vanessa y a ella que ocupasen este puesto, pues la casa no podía quedar desprotegida. Ese malhumorado y cruel personaje no advirtió el dolor de Virginia, a quién su hermanastro George abusó frustrando su cuerpo, un cuerpo que más tarde sería el contenedor de toda su independencia, intocable incluso para quien amaría hasta el final de sus días, su querido Leonard.
Virginia Woolf creció y murió en Inglaterra, allí se casó con un muchacho de talante fuerte a quien reconocería, en su última carta, la extraordinaria paciencia y amor incondicional. En su habitación propia, que forjó con voluntad y un golpe de suerte (al morir, una tía le dejó una pensión anual por el resto de su vida) escribió sus novelas, estas hicieron parte de la exégesis de sus demonios, de la emancipación constante de su espíritu sobre su enfermedad mental, de su dolor sobre la desesperación; también hicieron parte de la literatura inglesa, del feminismo occidental, del acervo intelectual de la cultura europea. En las preocupaciones de Virginia, en sus exhaustivas búsquedas internas estaba el presagio de una revolución donde las mujeres obtendrían el derecho a no perecer, a no convertirse en brujas ni locas por ser individuos dotados con intereses literarios, con intereses intelectuales, con afán de conocer el mundo. A esta Virginia, dedicamos nuestro ciclo Mujeres y Palabras. A esta mujer le dedicamos nuestro afán de conocer el mundo, de discutirlo entre mujeres y de manifestarlo. A Virginia le agradecemos las palabras emancipadoras, las palabras que nos compelen a buscar nuestro propio espacio, nuestra propia palabra.
Videoclip "Diario de una escitora. Fragmento" Montaje: Lina A. Gaitán Vozz en off: Diana L. López 54 seg. Cinematria Cali-Colombia